La historia de la biología, como la de tantas otras ciencias,
está plagada de grandes debates que han provocado largas (y a menudo calurosas)
discusiones intelectuales entre científicos destacados de diferentes épocas.
Por
poner un ejemplo, la polémica propuesta de Darwin sobre la evolución de las
especies a partir de un único antecesor común recibió duras críticas por parte
de los defensores del creacionismo durante decenios, y aún hoy no termina de
ser aceptada en todo el mundo, aunque sí en la mayor parte. Pero hay un debate en
la actualidad que encuentro de especial interés, ya que en él entran en
juego los criterios según los cuales
decidimos lo que caracteriza la vida. Me refiero a la polémica sobre si los
virus son seres vivos o no.
Desde otro punto de vista, se suele considerar vida
todo aquello que cumple lo que llamamos funciones vitales, es decir, las
consabidas nutrición, relación y reproducción. Bien, de los virus sabemos que
únicamente cumplen “a medias” la última de ellas. Y digo a medias porque, si
bien es cierto que poseen material genético (ya sea ARN o ADN) y son capaces de
originar a partir de él replicas de sí mismos, lo cierto es que son incapaces
de hacerlo sin ayuda, ya que se apoderan del metabolismo de la célula que
infectan para ello. Además, hasta el más simple parásito celular “busca” activamente
organismos de los que beneficiarse, mientras que los virus actúan cuando
literalmente chocan con una célula a la cual son capaces de infectar.
Actualmente parece estar llegándose a un convenio
según el cual se consideraría vivo a un virus durante la fase en la que éste se
está replicando y, el resto del tiempo, no serían más que materia inerte.
Sea como sea, en lo que toda la comunidad científica
está de acuerdo es en que los virus se encuentran en el umbral de la vida.
Como opinión personal diré que no estoy de acuerdo
en que los virus sean considerados entidades vivas ya que carecen de una
propiedad que, desde mi punto de vista, es fundamental para los seres vivos, un
metabolismo propio. Además, la composición de los virus se limita a una molécula
de ácido nucleico cubierta por una cápside de proteínas y, de estos componentes
el único cuyas propiedades se aproximan a la vida es el primero, por contener
información genética. Por lo tanto, si consideráramos vivos a los virus por
poseer material genético aun siendo incapaces de utilizarlo por sí mismos, ¿no
deberíamos considerar también a la propia molécula de ADN como algo vivo? Habría
que tener en cuenta que el ADN es una estructura pasiva, ya que no se
replica por iniciativa propia sino que, cuando las ADN-polimerasas (enzimas de
las que carecen los virus) encuentran ADN (sea vírico o celular) disponible y
unas condiciones favorables en el medio, lo replican, mientras que el ADN se
“deja hacer”.
En definitiva, el debate sobre si los virus deberían o no
ser incluidos en el selecto grupo de “lo vivo” está, probablemente, lejos de zanjarse. Mientras tanto, cada uno
es libre de mantener su opinión personal, pero siempre es bueno contar con la
información adecuada para poder opinar con criterio.