Dedicado a Ainara Pérez Morón por sugerirme que escribiera sobre este apasionante tema.
Viajar por el espacio ha sido, históricamente, uno de los
mayores sueños de la humanidad. Esta fascinación por alcanzar lo inalcanzable,
por descubrir qué es lo que se esconde más allá de las estrellas y los planetas
ya observados en la antigüedad, se refleja en el sinfín de ficción que ha sido
generada a lo largo del tiempo con esta temática.
Asimismo, desde los tiempos en los que el filósofo griego Plutarco
(siglo I)
concibió un viaje a la luna en su relato De Facie in
Orbe Lunae hasta las más modernas producciones cinematográficas en las que
aparecen todo tipo de naves espaciales con diferentes sistemas de propulsión,
los fundamentos científicos utilizados por los autores para dar verosimilitud a
sus viajes interespaciales han venido siendo cada vez más precisos.
La mayoría de estos autores,
en su intento por dotar de credibilidad a sus ficticios viajes, exprimen al
máximo las posibilidades contempladas por las teorías físicas como la
relatividad general, apostando por naves que alcanzan velocidades cercanas o
incluso superiores a la de la luz. Veamos por qué.
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Apolo 11 despegando |
Como todos sabemos, el 20
de julio de 1969 el Apolo 11 completó con éxito el primer alunizaje tripulado
de la historia, lo que para muchos supuso el mayor hito científico jamás logrado.
Fue entonces cuando el comandante Neil Armstrong, primer ser humano en pisar la
superficie lunar, pronunció su más que famosa frase “un pequeño paso para un
hombre, un gran salto para la humanidad”, y vaya si lo fue.
Sin embargo, aunque la nave
alcanzó su objetivo y lo hizo en un plazo de tiempo considerablemente corto, lo
cierto es que siendo realistas el sistema de propulsión con el que contó (combustión
de queroseno básicamente) no resultaría viable de cara a futuras expediciones
espaciales con destinos más lejanos.
El cohete despegó el 16 de
julio y tardó cuatro días en alcanzar la superficie del satélite. Después de
casi un día de actividad, el Apolo 11 puso rumbo a la Tierra y finalmente
aterrizó el 24 de julio, por lo que la misión duró 8 días en total. Pero la
distancia entre nuestro planeta y la Luna es de unos 384.400 km,
mientras que la distancia que separa la Tierra del planeta más cercano, Venus,
es de aproximadamente 42 millones de km, unas ciento diez veces mayor.
Esto significa que, en las mismas condiciones y si todo
fuera bien, un viaje a Venus de ida y vuelta rondaría los 500 días, es decir,
cosa de un año y medio. Aun así sería plausible en cuanto a duración pero,
¿duraría un combustible de tipo químico como el queroseno durante más de un año? No a menos que el depósito fuera
excesivamente grande, por lo que la longitud capaz de recorrer nuestra nave
pasaría a estar estrechamente limitada por el tamaño de esta.
Eso si el destino fuera
Venus, claro. Por ejemplo, si quisiéramos viajar hasta Neptuno tendríamos que
recorrer nada menos que 4.500.000.000 km y, para llegar a la galaxia más
cercana a nuestra Vía Láctea, Andrómeda, se estima que unos 2,56 millones de
años luz (2.36 *1019 km)2. Es por ello que este tipo de tecnología quedaría descartada para
viajes espaciales más allá de los planetas más cercanos.
Por lo tanto, para viajar a nuestro antojo por
el espacio tendríamos que recurrir a nuevas tecnologías y desarrollar fuentes
de energía mucho más duraderas y eficientes que el resto de combustibles
utilizados hasta ahora en las misiones espaciales. Como ya he dicho, la
ciencia-ficción nos aporta numerosas ideas, algunas disparatadas, otras no tanto.
Y no olvidemos que no sería la primera vez que se escribe sobre algo mucho
tiempo antes de que sea inventado.
Una alternativa evidente y plausible podría ser
la utilización de la propulsión atómica, es decir, la fisión nuclear como
fuerza impulsora de una hipotética nave. El funcionamiento sería similar al que
se produce en cualquier central nuclear y se estima que una nave diseñada con
esta tecnología podría realizar viajes de más de diez años y una velocidad
mucho mayor que la lograda hasta ahora. Sin embargo este sistema, aunque sería
muy útil para desplazarse entre planetas cercanos de nuevo quedaría limitado al
entorno de nuestra galaxia.
Lógicamente y
como contrapartida también se contempla la posibilidad de utilizar la
fusión nuclear. Esta consiste en la unión de dos elementos ligeros para formar
uno pesado, con la consecuente liberación de una gran cantidad de energía, que
podría llegar a ser unos diez millones de veces superior a la de un cohete
químico dada la misma masa de combustible. No obstante la fusión nuclear sigue
siendo un objetivo pendiente de la ciencia actual, que aún no ha sido capaz de
recrearla de forma controlada, mientras que en las estrellas tiene lugar
continuamente.
Una de mis alternativas favoritas (aunque una de las menos
probables) es la de los agujeros de gusano. Este término hace referencia a la
existencia de un puente entre dos puntos del espacio (y del tiempo) a través
del cual se puede llegar de un extremo al otro en menos tiempo y recorriendo
una distancia menor de la aparente.
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Representación de un agujero de gusano |
Este fenómeno es más fácil de entender si imaginamos que
todo nuestro universo se dispusiera sobre la superficie de un globo lleno de
aire, es decir, sobre la goma externa. Los agujeros de gusano unirían dos
puntos de la superficie del globo a través del interior, donde se encuentra el
aire. De esta forma se podría viajar de un punto a otro en línea recta, en
lugar de recorrer la distancia curva que los separa en la superficie.
Pese a sus grandes ventajas, todavía no se ha demostrado
científicamente la existencia de estos atajos espacio-temporales, aunque su
existencia ha sido deducida mediante fórmulas matemáticas a partir de la teoría
de la relatividad general.
Por último una opción que me parece muy interesante es la de
las llamadas velas solares. Este tipo de naves utilizarían fuentes de energía
ajenas a ellas, es decir, energía lumínica procedente del sol o de otras
estrellas (del mismo modo que las placas solares) o bien de ondas
electromagnéticas. Pese a que la velocidad de dichas naves no igualaría a la de
algunos de los sistemas de propulsión que he mencionado éstas presentarían la
gran ventaja de obtener energía prácticamente ilimitada.
Otros mecanismos de propulsión utilizados en la ciencia
ficción se basan en la utilización de
antimateria, explosiones nucleares o incluso en distorsionar el propio universo
(propulsión warp).
En cualquier caso, lo cierto es que llegará un momento en el
que viajar por el espacio deje de ser cuestión de cumplir un sueño para
convertirse en una verdadera necesidad. Dentro
de algunos billones de años nuestro sol se convertirá en una gigante roja, su
tamaño será mucho mayor que el actual y la energía que desprenda hará imposible
la supervivencia de la vida en nuestro planeta. Así que más nos vale lanzarnos
al espacio en busca de nuevos mundos antes de que empiece a hacer calor, mucho
calor.