El estrés se define como una respuesta fisiológica que se
activa como mecanismo de defensa ante situaciones que exceden los recursos del
organismo que ha de enfrentarse a ellas y que, por tanto, las percibe como
amenazantes. Este mecanismo puede resultar útil ya que advierte al organismo de
la necesidad inminente de buscar una forma de hacer frente a tales situaciones,
además de aportar energía y excitación necesarias para tal fin.
Sin embargo, es frecuente que individuos sometidos a
episodios de estrés acaben padeciendo síntomas negativos tales como problemas
de memoria, falta de concentración, contracciones musculares involuntarias
(tics) y, si estos episodios se continúan durante largos periodos pueden
desembocar en problemas mayores como el insomnio o incluso llevar a la
depresión, entre otros trastornos psicopatológicos.
Desgraciadamente la lista de consecuencias malignas del
estrés no acaba ahí sino que, por el contrario, continúa alargándose día a día.
De hecho, cada vez más investigaciones apuntan a una estrecha relación entre el
sistema nervioso central (SNC) y el sistema inmunológico (SI) y a que existen
numerosas vías como la del eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA) que, ante
el estrés, desencadenan respuestas fisiológicas con efectos inmunosupresores.
Esto acarrea importantes y serios problemas de salud como el
aumento del riesgo de contraer enfermedades infecciosas o cardiovasculares y la
acentuación de los síntomas asociados a ellas. Un ejemplo de respuesta
producida por el eje HPA es la secreción de hormonas corticoides como el
cortisol que conlleva un aumento de la glucosa en sangre e inhibe la acción de
determinados compuestos encargados de estimular la actividad de los linfocitos,
con lo que aumenta la vulnerabilidad a gentes patógenos.
Además, está constatado experimentalmente que el desarrollo
de multitud de enfermedades es desfavorable en aquellos pacientes que han
sufrido episodios de estrés recientes o que reaccionan negativamente al ser
conscientes de que padecen dicha enfermedad. De forma contraria, aquellos
pacientes que reciben apoyo social y mantienen una actitud optimista ante su
enfermedad son los que mejor evolucionan a ella. Y esto se ha llegado a probar
en casos de infecciones del virus VIH e incluso de tumores.
Sin duda estos hallazgos constituyen una prueba irrefutable
de que la psique influye en los procesos fisiológicos y de lo beneficioso que
resulta mantener una actitud optimista ante la vida. Como suele decir el Dr.
Mario Alonso Puig, médico español y especialista en liderazgo y gestión de
estrés, enfrentarse a un problema real (como una enfermedad) con coraje y con
esperanza es lo que te da la fuerza y la energía necesaria para afrontarlo y
superarlo.
Qué gran verdad.
ResponderEliminarel estrés no es ningún juego con el que uno debe tenerle importancia pues ternimara provocando en un tiempo enfermedades
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