Y es que las emociones gobiernan nuestras vidas. Con frecuencia nuestra forma de comportarnos en la vida cotidiana es un reflejo de las emociones que predominan en nosotros. Así, si tenemos un buen día en que afloran en nosotros emociones positivas como la satisfacción, la ilusión o la gratitud tendemos a comportarnos de una manera más empática hacia los demás, nos comportamos mejor, somos más felices en definitiva.
Pero ¿qué es realmente una emoción? Para la mayoría de la
gente simplemente están ahí, nos hacen sentir bien o mal pero uno no suele
pararse a pensar en por qué están ahí o por qué nos hacen sentir de una forma o
de otra. Bien, ante todo debemos entender que una emoción no es otra cosa que
el resultado de un conjunto de interacciones entre distintos componentes
intracelulares de nuestro cuerpo (neurotransmisores, hormonas…) que terminan
liberando alguna sustancia en el cerebro como la dopamina, de la que ya he
hablado en otra ocasión, y que acaba generando una sensación de placer, en su
caso.
Por lo tanto es razonable pensar que una emoción es un
fenómeno de carácter tan puramente fisiológico como lo puede ser una distensión
muscular, un infarto de miocardio o una respuesta inmunitaria ante un agente
patógeno. Y, al igual que los músculos, el corazón o nuestro maravilloso
sistema inmunitario, nuestro mecanismo emocional tiene su origen en un proceso
evolutivo basado en la selección natural. Es decir, en un momento dado de
nuestra historia evolutiva el hecho de sentir odio o alegría supuso una gran
ventaja genética, por lo que los genes que regulaban los procesos fisiológicos
relacionados con las emociones se transmitieron de generación en generación,
dando lugar a lo que somos hoy en día.
Y esta ventaja evolutiva tiene un sentido innegable si lo
piensas. Como bien dijo Michael Shermer, historiador y editor de la revista
Skeptic (Escéptico), en el evento científico La Ciudad de las Ideas que tuvo lugar en México el pasado mes de
noviembre, una emoción afectiva como el amor tiene un propósito evolutivo si asumimos
que un niño recién nacido en los inicios de la humanidad tendría mayor
probabilidad de sobrevivir si existiera un vínculo afectivo emocional entre sus
progenitores que hiciera que cuidaran de él conjuntamente.
Por otra parte emociones negativas relacionadas con la
agresividad como la ira cobran igualmente un propósito evolutivo si
retrocedemos en el tiempo. ¿Qué habría sido de las primeras agrupaciones
humanas si no hubiesen actuado violentamente ante otro grupo de personas que
amenazara su propia supervivencia? Puede que ahí radique la explicación a por
qué tendemos a enfrentarnos a nuestros vecinos como sucede a menudo con las
enemistades históricas sin fundamento entre poblaciones adyacentes.
En cualquier caso debemos ser conscientes de que nuestro
mecanismo emocional es un regalo de una utilidad asombrosa que la evolución nos
ha dado y que, aprender a gestionar las emociones como ya propuso el psicólogo
estadounidense Daniel Goleman con su libro Emotional Intelligence (en
español Inteligencia emocional) publicado en 1995, es la clave para
tener una vida plena y satisfactoria.
Como he dicho al principio sentir emociones positivas no
sólo afecta a nuestro estado de ánimo sino a la manera en que actuamos y nos
relacionamos con los demás. Por eso es
tan importante mantenerse en un estado emocional positivo. Encuentra lo que te
hace verdaderamente feliz y dedícate a ello, haz cosas que te gusten, rodéate
de personas que te gusten, ríe, juega… porque esa es la manera que tenemos los
humanos de encontrar la felicidad, que es lo que todos buscamos al fin y al
cabo.